El tiempo, el ritmo

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No conozco placer intelectual más intenso que el de escuchar a alguien contar aquello que hace y que le apasiona, el oficio o el saber al que dedica la vida. Placer intelectual y esa cordialidad que irradia el entusiasmo. Cenamos la otra noche con nuestro amigo Pablo, un investigador joven, argentino, que trabaja en los mecanismos de la memoria y el aprendizaje con el gran Eric Kandell, y con dos amigos suyos, también muy jóvenes, que vienen de California, Alex, de Boston, y Víctor, de Buenos Aires. Víctor es físico de formación, pero también se ha orientado hacia la neurociencia; Alex es etnomusicólogo. Víctor es menudo y nervioso y tiene la cabeza rapada, y cuando le gusta mucho una salsa se chupa los dedos. Alex es alto, grande, lento, de voz grave, con patillas largas, con un sentido del humor muy sutil. Hay algo en ellos de pareja cómica. Mientras cenamos con un estupendo vino tinto del Penedés Víctor y Alex nos cuentan el proyecto en el que trabajan en común: el aprendizaje del ritmo como terapia para niños hiperactivos, o aquejados de lo que ellos llaman A.D.S. , Attention Deficit Syndrom. El sentido del ritmo, explica Alex, concienzudo y afable, mientras toma aparte su menú vegetariano, nunca es solitario: ritmo es la capacidad de compartir la percepción del tiempo. Hay cada vez más niños que se crían en soledad, sumergidos en pantallas de computadoras, sin trato real con otros niños, casi con otras personas, y eso dificulta su capacidad de atención y de concordancia física y mental con los demás. Y lo que han descubierto Alex y Víctor es que si se logra adiestrar el oído musical de esos niños y su sentido del ritmo mejora sustancialmente no solo su rendimiento escolar, sino su trato con los demás, su capacidad de establecer relaciones significativas y fluidas con otros seres humanos: de estar presentes de verdad en el mundo. Con qué claridad lo explican todo estas personas que saben tanto de lo suyo, que disfrutan tan visiblemente de la cena y de la conversación, que luego nos cuentan que viven en San Diego casi a la orilla del Pacífico y cuando vuelven del laboratorio se lanzan al océano en una tabla de surf o corren kilómetros por una playa ilimitada.